Ella miraba por la ventana cerrada recostada en el alfeizar de esta, resguardada en el calor de la casa. La nieve parecía infinita cayendo y cayendo sin parar, cubriéndolo todo a su paso y dejando un silencio casi absoluto interrumpido por sus, ya casi calmados, sollozos. Un mechón de su corto cabello dorado cayendo sobre su cara y sus manos temblorosas agarrando una taza de un café humeante; quizá no debería tomar ese café si quería calmarse pero le era casi imposible tomar otra sustancia.
Pensó en cómo había llegado a esta situación, cómo había caído en sus encantos y se había quedado ciega de eso que él llamaba «amor». Sí, estaba ciega por él, sus múltiples moretones y su inseguridad, que habían llegado con él, lo corroboraban.
Hoy un nuevo moretón había llegado a su ojo derecho por el simple hecho de la comida quemada por un pequeño despiste, después de esto, él se había ido en la camioneta a la ciudad, dejándola encerrada en la casa solitaria sin personas a un kilómetro a la redonda y con una nevada, que seguramente con lo baja que era, le llegaría cuatro dedos por debajo de las rodillas.
A sus veintidós años muchos salían de fiesta, con sus amigos, incluso a comprar, pero ella no, ella era un pequeño pájaro enjaulado pendiente de no dar un paso en falso.
«Amigos», «fiesta», pensó, eran casi unas palabras desconocidas para ella desde que lo conoció a los diecisiete años, y a los pocos meses, cuando cumplía los dieciocho, se fue a vivir con él incumpliendo las órdenes de su padre y las súplicas de su madre para que se quedase con ella.
Todo empezó en el primer «Mía», «cámbiate de ropa, te hace más gorda de lo que ya eres», «lo hago por tu bien», «¿con quién hablas?» y tarde o temprano llegaría el primer bofetón, empujón, puñetazo… de muchos.
Miró hacia la puerta trancada con llave y una silla, y su vista se dirigió a la mesita de noche de aquella habitación, en la parte superior de la casa, donde se hallaba un teléfono fijo y un predictor.
Su mirada se dirigió a su tripa, apenas de ocho semanas según aquel predictor. Al principio, cuando se hizo aquella prueba pensó que el ser padre lo cambiaría para bien pero con los hechos sucedidos hoy se le borró el pensamiento de la cabeza como quien borra una palabra escrita a tiza en una pizarra sin dejar un pequeño borrón.
Y supo que por su hijo esto no debería seguir así.
Se levantó y marcó el 016 con el predictor en su otra mano y cuando otra persona contestó, notó como su jaula se empezaba a abrir.
Alba Escapa Mon, 2º E.S.O. Grupo B